Hoy, al mirar mas de veinte años atrás, podríamos contemplar un panorama
sombrío y desolador, tanto en nuestro amado municipio Granada como al interior
de tantas familias que en esos días y noches de un pasado tan cercano, la
violencia los golpeó y le arrebató a sus seres más queridos.
Y es que definitivamente, siempre que proyectamos nuestra vida lo hacemos de
una manera positiva y esperanzadora, pero situaciones tan devastadoras como las
que vivió Granada, arrojan consecuencias y secuelas que no sabemos de que
manera enmendar. Es que no solo fue la destrucción física, esa evidente a los ojos
de todos, sino el dolor silencioso al que se tuvieron que enfrentar tantas familias,
aquellas que pusieron los muertos de la guerra.
Para ese 2005 ya se habían reconstruido edificios, casas, locales, aceras y
parques, pero desde lo gubernamental e institucional, no se contaba con
programas para atender estas situaciones en las que quedaron las familias de los
muertos y desaparecidos: orfandad, viudez, soledad, zozobra, rabia, miedo,
incertidumbre, pobreza, desesperanza, desarticulación, en pocas palabras familias
incompletas, golpeadas y resquebrajadas en las que muchos de sus miembros,
los más pequeños, es decir, niños y adolescentes en lo más profundo de su
interior guardaban un desamor que si no era sanado, posiblemente y como ha
sucedido en muchos casos, se podrían dar situaciones de odio y venganza… Y
fue ahí, en esos pequeños corazones heridos, en los cuales Dios nos hizo el
llamado para sembrar a través nuestro “Su amor”, porque El estaba empeñado en
cambiar sus rumbos, que esos seres que tanto estaban sufriendo iban a encontrar
en la casa del niño y la niña su “Refugio de Amor”, porque solo el amor podría
sanar el dolor y el miedo que le sembró la guerra.